Réquiem por mi
querido amigo anabiblis
Alejandro, Pájaro Gainza, Kelly
Te tocó irte
durmiendo, me dicen. Allá. Los dueños de la información son poco confiables.
Habías huido de ellos, de aquí (acaso te empujaran, acaso explorabas un nuevo
horizonte, uno que no fuese plano) y ahora, coincidentemente, te preguntabas si
pertenecías aquí o allá. Los
anabiblis no pertenecen en ninguna parte, te dije la última vez que hablamos,
en junio, justo antes de que tu corazón se frenara. Estabas pintando tu casa. De
allá. Te entristecía que no había fructificado un amor que quisiste. Y también te
entristecían unas noticias de acá que te habían llegado solapadas.
Recuerdo y voy a
seguir recordando tu risa medio nerviosa, que testeaba mi opinión de aquello
que me contabas, mientras me mirabas con ojos como dos rayitas, las manos en
los bolsillos, medio encorvado y dando saltitos. Ni qué decir de tu frescura o
espontaneidad un poco ingenua cuando en Uruguay me llamabas en la mitad de la
mañana, me decías que venías a visitarme, y tartamudeabas que te fuera a buscar
a la parada del colectivo (a 7 kms) o directamente al pueblo porque habías
venido en bici (8 kms). Sólo a vos te atendía el teléfono a esa hora tan
sagrada de escritura y solo a vos podía responderte que iba a buscarte dentro
de una hora y media porque estaba en el medio de algo, y que mientras tanto te
bañaras en el mar o charlaras con alguien.
Me quedaron las fotos
que sacaste y los recuerdos de la caminata por el Rosedal como si el tiempo se
hubiese detenido y también aquella charla de bueyes perdidos. Me quedaron los almuerzos
en el Voulez Bar y en distintos boliches uruguayos y más charlas de bueyes
perdidos. Especialmente la cena con Oli y la naturalidad con la que aceptaste
quedarte a dormir y la ropa que te presté y después la naturalidad para no ser
formal y amanecer a la hora que te venía en gana y vagar por ahí con tu
teléfono que usabas de máquina de fotos. Y me quedaron otros tantos recuerdos,
incluso de cuanto salimos juntos y yo tenía diecisiete. Recuerdos que deberían
haber seguido amontonándose en una pila alta como una puerta.
Voy a extrañar
soberanamente el apodo con el que me llamabas. Nadie nunca se ha atrevido a
llamarme de otro modo que mi nombre, corto y a secas, salvo vos y tu frescura o
espontaneidad, no un poco ingenua sino, más bien, transparente. Producías en mí
un cariño gigante, mi queridísimo, incatalogable, del tipo inexistente en
nuestro mundito de aquí, urgido de catálogos, los que tanto te afligieron
y achataban el horizonte. Maravillosamente, era un cariño del que no dudaba
jamás,
de que fuera recíproco.
Hasta siempre mi
querido Birdie, te quiere, Inuchi.
Pd: Los dueños de la información
dicen que allá te icineraban y traian tus cenizas en una cajita. Que a modo de
despedida habrá una Misa. Un día de estos. No se me ocurre ninguna despedida
más impersonal, más difícil para aceptar tu ausencia en el mundo, cualquiera
sea su horizonte.
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