La esencia y el alcance de la ficción
Mary Flannery O´Connor
Entiendo que éste es un curso llamado, “Como escribe el escritor”, y que cada semana los exponen a un escritor diferente que arenga sobre el tema. El único paralelo para esto en el que puedo pensar, es tener al zoológico viniendo a ustedes, un animal por vez; y sospecho que lo que oirían una semana de la jirafa sería refutado la semana siguiente por el mandril.
Mi propio problema
en pensar qué debería decirles ésta noche, ha sido cómo interpretar el título,
“Cómo escribe el escritor”. Primero, no existe tal cosa como el escritor, y creo que si ustedes no
saben eso ahora, lo sabrán para cuando este curso termine. En realidad les anticipo
que eso será lo que deberían estar absolutamente seguros de aprender.
Pero hay una
generalizada curiosidad sobre los escritores y cómo trabajan, y cuando un
escritor habla sobre el tema, siempre hay malos entendidos y confusiones antes
de que pueda siquiera empezar a ver sobre qué quiere hablar. No soy, por
supuesto, tan inocente como parezco. Sé perfectamente que muy poca gente que
supuestamente está interesada en escribir, está interesada en escribir bien.
Está interesada en publicar algo, y de ser posible, que sea un éxito. La gente está
interesada en ser escritor, no en escribir. Está interesada en ver su nombre
sobre algo impreso, no importa qué. Y parece que siente que eso puede ser
logrado aprendiendo algunas cosas sobre los hábitos de trabajo y sobre mercados
y sobre qué temas son en ese momento aceptados.
Si es esto en lo
que están ustedes interesados, no les voy a servir demasiado. Creo que los
hábitos del escritor van a ser guiados por su sentido común o su falta de él y
por sus circunstancias personales; y que pocas veces van a ser parecidas. Lo
que le interesa al escritor comprometido no son los hábitos externos sino lo
que Maritain llama, “el hábito del arte”; y explica que “hábito” en ese sentido
significa una cierta cualidad o virtud de la mente. El científico tiene el
hábito de la ciencia; el artista, el hábito del arte.
Mejor me detengo
aquí y explico cómo uso la palabra arte.
Arte es una palabra que inmediatamente espanta a la gente por ser un poco
demasiado grande. Pero todo lo que quiero decir por arte es escribir algo
que es valioso en sí mismo y que tiene sentido en sí mismo. La base del
arte es la verdad, el qué y el cómo. La persona que tiene como objetivo el arte
en su trabajo, tiene como objetivo la verdad, en un sentido imaginario, ni más
ni menos. Santo Tomás dijo que al artista le concierne el bien sobre el que
está hecho; y ese tendrá que ser la base de mis pocas palabras sobre el tema de
la ficción.
Verán que ésta
manera de acercarse elimina muchas cosas de la discusión. Elimina el problema
de la motivación del escritor, excepto cuando ella encuentra su lugar dentro de
la obra. También elimina toda preocupación por el mercado. Y la tediosa
controversia que siempre surge entre la gente que declara que escribe para
expresarse y aquella que declara que escribe para hacer dinero, de ser posible.
Sobre esto, siempre
pienso en Henry James. No conozco otro escritor que estaba más detrás del
dinero que James, o que fuera un artista más escrupuloso. Es verdad, creo, que
éstos son tiempos en los que las recompensas financieras por la escritura pobre
son mucho mayores que para la buena escritura. Hay ciertos casos en los que, si
pueden alcanzar a aprender bastante mal, pueden hacer un montón de dinero. Pero
no es verdad que si escriben bien, no van a conseguir publicar. Es verdad que si quieren escribir bien
y al mismo tiempo vivir bien, más vale conseguir heredar dinero o casarse con
un financista o una mujer rica que puede manejar una máquina de escribir o una
computadora. De cualquier modo, si escriben para hacer dinero o para expresar
su alma o para conseguir derechos humanos o para irritar a su abuela, va a ser
de consecuencia para ustedes y para su analista, pero el punto de partida de
ésta discusión va a ser el bien del trabajo escrito.
La clase de trabajo
escrito sobre el que voy a hablar es la escritura de historias, porque es la
única clase sobre la que algo conozco. Llamaré cualquier largo de ficción una
historia, sea una novela o una pieza más corta, y llamaré una historia
cualquier cosa en la que los personajes y los sucesos se influencien a sí
mismos para formar una narrativa significativa. Y encuentro que la mayoría de
la gente sabe lo que es una historia hasta que se sientan a escribir una.
Entonces se encuentran escribiendo un bosquejo con un ensayo entretejido en él,
o un ensayo con un bosquejo
entretejido, o una editorial con un personaje en ella, o un caso histórico con
una moraleja, o algún otro híbrido. Cuando se dan cuenta de que no están
escribiendo historias, deciden que el remedio es aprender algo que llaman la
“técnica del cuento corto” o la “técnica de la novela”. Técnica en las mentes
de muchos es algo rígido, algo como una fórmula que se le impone al material; pero
en los mejores cuentos es algo orgánico, y siendo éste el caso, es diferente
para cada cuento que alguna vez haya sido escrito.
Creo que tenemos
que empezar pensando sobre historias desde un nivel más fundamental, por lo que
quiero hablar de una cualidad de ficción que creo que es la menos común
denominador –el hecho de que es concreto
–y sobre algunas de las cualidades que siguen a esto. Vamos a preocuparnos por
esto con el lector en su sentido humano fundamental, porque la naturaleza de la
ficción es en gran medida determinada por la naturaleza de nuestro aparato de
percepción. El conocimiento humano
empieza por los sentidos, y no se puede apelar a los sentidos con abstracciones.
Es bastante más fácil para la mayoría de la gente establecer una idea abstracta
que describir y entonces recrear algún objeto que realmente ven. Pero el mundo
del escritor de ficción está lleno de sentido, y es esto lo que los escritores
que recién se inician odian crear. Están preocupados antes que nada por ideas
sin cuerpo y emociones. Quieren ser reformadores y escribir porque están
poseídos no por una historia sino por los huesos despellejados de una noción
abstracta. Son conscientes de problemas, no de gente, de preguntas y
cuestiones, pero no de la textura de la existencia, sí de casos históricos y
aquellas marcas sociológicas, en vez de
todos esos detalles concretos de la vida que hacen real el misterio de nuestra
posición en el mundo.
Los maniqueos
separaban el espíritu de la materia. Para ellos, las cosas materiales eran
malas. Buscaban el espíritu puro y trataban de acercarse al infinito
directamente, sin ninguna mediación de la materia. El espíritu moderno es
bastante así, y para la sensibilidad contagiada de ello, la ficción es difícil
sino imposible de escribir porque la ficción es una encarnación del arte.
Uno de los
espectáculos más comunes y más tristes es el de la persona de gran sensibilidad
y aguda percepción psicológica tratando de escribir ficción usando éstas
cualidades solamente. Esta clase de escritor va a poner una oración
intensamente emotiva o perceptiva detrás de la otra, y el resultado va a ser
total aburrimiento. El hecho es que los materiales del escritor de ficción son
los más humildes. Ficción es acerca de todo lo humano, y estamos hechos de
polvo; si rehusás a llenarte de polvo, entonces no deberías escribir ficción.
No es un trabajo lo bastante grande para vos.
Cuando el escritor
de ficción finalmente tiene ésta idea en su cabeza y en sus hábitos, empieza a
darse cuenta de qué trabajo duro el escribir ficción es. Una escritora a quien
admiro mucho me escribió que había aprendido de Flaubert que hacer un objeto
real lleva al menos tres activos golpes sensoriales; cree que ello está
conectado con el hecho de que tenemos cinco sentidos. Si te falta uno de los
sentidos, no estás del todo bien, pero si sos privado de dos sentidos al mismo
tiempo, podría decirse que no estás presente.
Todas las frases en
Madame Bovary pueden ser examinadas
para maravillarse, pero hay una en particular que siempre me detiene en
admiración. Flaubert nos acaba de mostrar a Emma en el piano, Charles
mirándola. Él dice, “Tocaba las notas con aplomo y recorría el teclado de una
punta a la otra sin detenerse. Así abatido, el viejo instrumento, cuyas cuerdas
zumbaban, podía oírse al final del pueblo cuando la ventana estaba abierta, y a
veces el secretario del alguacil, que pasaba por la calle a cabeza descubierta
y con zapatillas, se detenía a escuchar, la hoja de papel en su mano”.
Cuanto más mirás
una frase como esa, más aprendés de ella. En una punta estamos con Emma y su
sólido instrumento, cuyas cuerdas zumbaban, y en la otra punta atravesamos el
pueblo para encontrarnos con éste concretísimo secretario en zapatillas y con
su hoja de papel. Con relación a lo que le pasa a Emma en el resto de la
novela, podemos pensar que no hace diferencia si el instrumento tiene cuerdas
que zumban o que el secretario tiene una hoja de papel en la mano, pero
Flaubert tenía que crear un pueblo creíble en el cual poner a Emma. Es siempre
necesario recordar que el escritor de ficción está menos inmediatamente
interesado por las grandes ideas y emociones erizadas que en ponerle zapatillas
a los secretarios.
Claro que esto es
algo que alguna gente aprende sólo para abusar. Es una razón por la que el
realismo estricto es un camino cerrado en ficción. En un trabajo estrictamente
naturalista, el detalle está allí porque es natural a la vida, no porque es
natural al trabajo. En una obra de arte podemos ser extremadamente literales,
sin ser naturalistas. El arte es
selectivo, y su verdad es la verdad intrínseca que crea el movimiento.
La novela funciona
con una más lenta acumulación de detalle que el cuento corto. El cuento corto
requiere procedimientos más drásticos que la novela porque debe ser logrado más
en menos espacio. Los detalles tienen que acarrear más peso inmediato. En la
buena ficción, ciertos detalles van a tender a acumular significado para la
historia misma, y cuando esto ocurre, se convierten en simbólicos en su acción.
Ahora la palabra símbolo asusta a mucha gente, tanto como
lo hace la palabra arte. Parecen
sentir que un símbolo es una cosa misteriosa puesta arbitrariamente por el
escritor para asustar al lector común –una especie de poder literario masónico
sólo para los iniciados. Parecen pensar que es una forma de decir algo que en
realidad no está dicho, entonces si se ponen a leer una obra con reputación de
simbólica, la encaran como si fuese un problema de álgebra. Busque x. Y cuando encuentran o creen encontrar
ésta abstracción, x, entonces se van
con una sensación de satisfacción y la idea de que han entendido la historia. Muchos estudiantes confunden el proceso de entender una cosa con
entenderla.
Creo que para el
mismo escritor de ficción, los símbolos son algo que usa simplemente como algo
de paso. Se puede decir que esos detalles, al mismo tiempo que tienen su lugar
esencial al nivel literal de la historia, operan con profundidad así también
como en la superficie, elevando la historia en todas las direcciones.
Creo que la forma
para leer un libro es siempre para ver qué pasa, pero en una buena novela, pasa
más de lo que somos capaces de percatarnos de entrada, sucede más de lo que
parece a simple vista. La mente es conducida por lo que ve hacia las
profundidades que los símbolos del libro sugieren. Eso es lo que quieren decir
los críticos cuando dicen que una novela opera en varios niveles. Cuanto más
verdadero el símbolo, más profundo nos conduce, más sentido abre. Para tomar un
ejemplo de mi propio libro, Wise Blood,
el auto marrón del héroe es su púlpito y su sarcófago así como algo que piensa
como una forma de escape. Por supuesto se equivoca en pensar que es una forma
de escape, y no se escapa de la situación hasta que el auto es destruido por un
patrullero. El auto es un símbolo de muerte en vida, y su ceguera es un símbolo
de muerte en vida. El hecho de que los símbolos estén allí, hace al libro
significativo. El lector puede no verlos pero igualmente harán efecto sobre él.
Ésta es la forma en que el novelista moderno sumerge o esconde su tema.
La clase de visión
que tiene que tener o desarrollar el escritor de ficción para aumentar el
significado de su historia, es llamada visión anagógica, la clase de visión que
puede ver distintos niveles de realidad en una misma imagen o situación. Los
intérpretes bíblicos medievales hallaban tres clases de significados en el
nivel literal del texto sagrado: uno lo llamaron alegórico, en el que un hecho
señalaba a otro; otro lo llamaron tropológico o moral, tenía que ver con lo que
debía hacerse; y otro lo llamaron anagógico, tenía que ver con la vida Divina y
nuestra participación en ella. A pesar de que éste era un método aplicado a la
exégesis bíblica, era también una actitud hacia toda la creación, y una manera
de leer la naturaleza que incluía muchas posibilidades, y pienso que ésta
manera amplificada de la esencia humana es la que el escritor de ficción tiene
que cultivar si piensa escribir historias que tengan alguna chance de
convertirse en una parte permanente de nuestra literatura. Parece ser una
paradoja que cuanto más amplia y compleja la visión personal, cuanto más fácil
es comprimirla en ficción.
La gente tiene la
costumbre de decir, -¿Cuál es el tema de tu cuento?-, y esperan que les digas
una afirmación: -el tema de mi cuento es la presión económica de las máquinas
sobre la clase media-, o algún otro disparate. Y cuando reciben una declaración
así, se van contentos y sienten que ya no es necesario leer el cuento.
Alguna gente tiene
la idea de que leés el cuento y después trepás hacia el significado, pero para
el escritor de ficción mismo, toda la
historia es significado, porque es una experiencia, no una abstracción.
Ahora la segunda
característica común de la ficción que le sigue a esto, es que la ficción es
presentada de tal manera que el lector tiene la sensación de que se está
abriendo alrededor de él. Esto no quiere decir que se tenga que identificar con
el personaje o sentir compasión por el personaje ni nada de eso. Solamente
quiere decir que la ficción tiene que ser
presentada más que relatada. Otra forma de decirlo es que si bien la
ficción es un arte narrativo, cuenta mucho con el elemento dramático.
El cuento no es una
forma extrema de drama como lo es la obra de teatro, pero si sabemos algo de la
historia de la novela, sabemos que la novela es una forma de arte que se ha desarrollado en la
dirección de la unidad dramática.
La mayor diferencia
entre la novela escrita en el siglo dieciocho y la novela como generalmente la
encontramos hoy, es la desaparición de ella del autor. Fielding, por ejemplo,
estaba en todas partes en su obra, llamándole la atención al lector sobre éste
punto o aquel otro, dirigiéndolo a que ponga especial atención aquí o allá,
aclarándole éste o aquel incidente así no se perdía la señal. Los escritores
victorianos también lo hacían. Aparecían todo el tiempo, explicando y
psicoanalizando a sus personajes. Pero para la época de Henry James, el autor
empezó a contar su historia de una manera diferente. La dejó aparecer a través
de la mente y los ojos de los personajes mismos, y se sentaba detrás de la
escena, aparentemente desinteresado. Para cuando llegamos a James Joyce, no se
puede encontrar al autor en el libro. El
lector está solo, forcejeando entre los pensamientos de varios personajes.
Se encuentra en el medio de un mundo
aparentemente sin comentario.
Pero es desde el
tipo de mundo que crea el autor, desde el tipo de personaje y detalle que le
confiere, que el lector puede encontrar el significado intelectual de un libro.
Una vez que esto es hallado, no puede ser vaciado y usado como un sustituto del
libro. Como dijo John Peale Bishop. “No podés decir que Cézanne pintaba
manzanas y un mantel y decir que Cézanne pintaba”. El novelista hace sus declaraciones por selección, y si es algo bueno,
va a seleccionar cada palabra por una razón, cada detalle por una razón, cada
incidente por una razón, y los ordenará en una determinada secuencia temporal
por una razón. Demostrará algo que no puede ser demostrado de ninguna otra
manera que con una novela entera.
La formas del arte
se desenvuelven hasta que alcanzan la perfección última, o hasta que alcanzan
un estado de petrificación, o hasta que algún nuevo elemento es añadido y se
forma una nueva forma de arte. Pero fuera cual fuere el pasado de la ficción o
fuera cual fuere el futuro, el estado actual del caso es que un trozo de
ficción debe ser una unidad dramática auto-contenida.
Esto significa que
debe llevar el propio significado dentro de ella. Quiere decir que en ficción,
cualquier compasión o piedad abstractamente expresada, es solamente una
afirmación puesta en ella. Quiere decir que no podés hacer que una acción
dramática inadecuada se complete al ponerle una afirmación de significado al
final o en el medio o al principio. Quiere decir que cuando escribís ficción
hablás con el personaje y su acción y
no sobre el personaje y su acción. El sentido moral del escritor debe coincidir
con su sentido dramático.
Se dice que cuando
Henry James recibía un manuscrito que no le gustaba, lo devolvía con el comentario:
“Ha elegido un buen tema y lo trata con un estilo directo”. Esto generalmente
ponía a la persona que volvía a recibir el manuscrito, contenta, pero era lo
peor que a Henry James se le podía ocurrir, porque sabía mejor que nadie que el
estilo directo es pocas veces igual a las complicaciones de un buen tema. Puede
ser que nunca haya algo nuevo que decir, pero hay siempre una nueva manera de
decirlo, y ya que en arte la manera en que se dice algo se convierte en
parte de lo que se dice, toda obra de arte es única y requiere atención fresca.
Por supuesto está
siempre mal decir que no se puede hacer esto o aquello en ficción. Se puede
hacer todo aquello con lo que podamos salir triunfantes, pero nadie ha salido
triunfante con demasiado.
Creo que se requiere
un bastante diferente tipo de disposición para escribir novelas que cuentos
cortos, aunque cada uno requiera talentos de ficción. Tengo una amiga que
escribe ambos, y dice que cuando se detiene en la novela para trabajar en los
cuentos cortos, siente que acaba de abandonar un bosque oscuro para encontrarse
entre lobos. La novela es una forma más difusa, más apta para aquellos a los
que les gusta demorarse en el camino; también necesita de una energía más
masiva. Para aquellos de nosotros que queremos sobrepasar la agonía
rápidamente, la novela es una carga y un dolor. Pero no importa cuál forma de
ficción estés usando, estás escribiendo
una historia, y en una historia algo tiene que pasar. Una percepción no es
una historia, y ninguna cantidad de sensibilidad puede hacerte escritor si
directamente no tenés talento para contar una historia.
Pero hay una pizca
de estupidez de la que el escritor de ficción no puede zafar, y es la cualidad
de tener que fijar la vista, de no comprender el sentido enseguida. Cuanto más
tiempo miramos un objeto, más del mundo vemos en él; y es bueno recordar que el
escritor de ficción serio, siempre escribe sobre el mundo entero, no importa
cuan limitada ésta escena particular. Para él, la bomba de Hiroshima afecta la
vida en el río Oconee, y no hay nada que él pueda hacer al respecto.
La gente siempre se
queja de que el novelista moderno no tiene esperanza y que el cuadro del mundo
que pinta es insoportable. La única respuesta a esto es que gente sin esperanza no escribe novelas.
Escribir una novela es una experiencia terrible, durante la cual hasta a veces
se cae el pelo y se pican los dientes. Siempre me irrita la gente que insinúa
que escribir ficción es un escape de la realidad. Es un zambullirse en la
realidad, algo muy fuerte para el sistema nervioso. Si el novelista no está
sostenido por la esperanza de dinero, entonces tiene que sostenerse por la
esperanza de salvación, sino simplemente no va a sobrevivir la experiencia.
Gente sin
esperanzas no sólo no escribe novelas, pero lo que es más al punto, tampoco las
lee. No miran nada con una mirada larga y profunda, porque les falta el coraje.
La manera de desesperarse es negarse a tener cualquier clase de experiencia, y
la novela, por supuesto, es una manera de tener una experiencia. La señora que
solamente leía libros que mejoraban su mente estaba tomando un camino seguro y
uno desesperanzado. Nunca sabrá si su mente mejoró, pero si alguna vez, por
error, lee una novela, sabrá muy bien que a ella algo le está pasando.
Bastante gente
tiene la idea que en la ficción moderna nada sucede y que se supone que nada
debe suceder, que ahora el estilo
es escribir una historia en la que nada sucede. En verdad creo que sucede más
en la novela moderna –con menos furor en la superficie –que alguna vez ha
sucedido antes en ficción. Un buen ejemplo de ello es un cuento de Caroline
Gordon que se llama “Polvo de Verano”. Es una colección de sus cuentos llamada,
“El Bosque del Sur”, que es un libro que compensa el análisis.
“Polvo de Verano”
está dividido en cuatro secciones cortas, que al principio parecen no tener
ninguna relación entre ellas y menos aún tener conexión narrativa. Leer el
cuento es como mirar un cuadro impresionista desde cerca, y luego poco a poco
correrse hacia atrás hasta que entra en foco. Cuando conseguís la distancia
correcta, de golpe ves que un mundo se ha creado –un mundo en acción –y que
toda una historia fue contada por una espectacular forma de decirlo. Ha sido
dicho más al mostrar lo que pasa alrededor de la historia, que al tocar la
historia directamente.
Se podría decir que
esto requiere de un lector tan inteligente y sofisticado para quien no vale la
pena escribir, pero estoy inclinada a pensar que es más que nada una falsa
sofisticación lo que impide a la gente entender ésta clase de historias. Sin
ser para nada naturalista, un cuento como “Polvo de Verano” es realmente más
cercano en forma a la vida, que uno que sigue una secuencia narrativa de
eventos.
La clase de
intelecto que puede entender buena ficción no es necesariamente el intelecto
educado, pero es siempre el intelecto que está dispuesto a profundizar el
sentido del misterio en contacto con el misterio. La ficción debe ser tanto
prudente como arriesgada. En bastante crítica popular está la idea de que toda
ficción tiene que tratar sobre el Hombre Promedio, y tiene que pintar la vida
corriente de todos los días, que todo escritor de ficción tiene que producir lo
que se solía llamar “una tajada de vida”. Pero si la vida, en ese sentido, nos
fuese satisfactoria, no habría ningún sentido en producir literatura.
Conrad dijo que su
meta como escritor de ficción era sacar el máximo posible de jugo al mundo
visible. Eso suena grandioso pero es en realidad muy humilde. Quiere decir que
se sujetaba siempre a las limitaciones que le imponía la realidad, pero que
para él la realidad no era siempre la visible. Le interesaba rendirle justicia
al universo visible porque sugería uno invisible, y explicaba sus propias
intenciones como novelista de la siguiente manera:
....Y
si la conciencia (del artista) es clara, su respuesta a aquellos quienes en su
colmada sabiduría buscan provecho inmediato, requieren específicamente ser
edificados, consolados, entretenidos; exigen ser expandidos enseguida, o
alentados, o consolados, o sobresaltados o cautivados, debe ser la siguiente:
La tarea que trato de conseguir es, mediante el poder de la palabra escrita,
hacerte escuchar, hacerte sentir –es, antes que nada, hacerte ver. Eso –y nada
más-, y es todo. Si lo logro, encontrarás, según tus méritos, aliento,
consuelo, miedo, gracia, todo lo que exigís –y, a lo mejor, ese chispazo de
verdad por el que te habías olvidado de preguntar.
Pueden pensar por todo lo que digo
que la razón por la que escribo es para hacerle al lector ver lo que yo veo, y
que escribir ficción es, primero que nada, una actividad misionera. Déjenme
explicar.
La primavera pasada
hablé aquí, y una de las chicas me preguntó: -Señorita O´Connor, ¿por qué
escribe? Y yo contesté, -Porque soy buena haciéndolo-, y enseguida sentí un
ambiente de desaprobación. Sentí que mi respuesta no era considerada noble;
pero era la única respuesta que podía dar. No me habían preguntado porqué
escribo de la manera que escribo, pero simplemente porqué escribo; y para esa
pregunta hay solamente una respuesta legítima.
Nadie tiene excusa
para escribir ficción para consumo publico si no ha sido llamado por la
presencia de un don. No es la naturaleza de la ficción ser buena por mucho más
que ser buena en sí misma.
Un don cualquiera
es una considerable responsabilidad. Es un misterio en sí mismo, algo
beneficioso y totalmente
inmerecido, algo cuyos usos reales van a estar probablemente escondidos para
nosotros. En general el artista tiene que sufrir ciertas carencias para usar su
don son integridad. El arte es una virtud del intelecto práctico, y la práctica
de cualquier virtud requiere un cierto ascetismo y un innegable abandono de la
parte mezquina del ego. El escritor tiene que juzgarse a sí mismo con los ojos
de un extraño y la severidad de un extraño. El profeta en él tiene que ver el
monstruo. Ningún arte está sumergido en el yo, pero más bien el arte se
convierte en yo-olvidadizo para cumplir con las demandas de la cosa vista y de
la cosa que se hace.
Creo que es una
cierta forma de auto- inflación lo que destruye el libre uso del don. Puede ser
el orgullo del reformista o el teórico, o puede ser solamente que la ingenua
auto-apreciación use su propia sinceridad como parámetro de verdad. Si han
leído a los escritores de San Francisco, pueden haber tenido la impresión que
la primera cosa que tienen que hacer para ser un artista es perderse de los
confines del razonamiento, y de ahí en más, todo lo que aparece por tu cabeza
va a ser de gran valor. Los sentimientos libres de cualquiera son considerados
valiosos de escuchar porque están libres y porque son sentimientos.
Santo Tomás llamaba
al arte “Razonamiento en Desarrollo”. Es una definición muy fría y ambiciosa, y
es muy impopular hoy en día, porque la razón ha perdido terreno entre nosotros.
Como la gracia y la naturaleza han sido separadas, también han sido separadas
la imaginación y la razón, y esto siempre implica un fin para el arte. El
artista usa su razonamiento para descubrir una respuesta razonable en todo lo
que ve. Para él, ser razonable es encontrar, en el objeto, en la situación, en
la secuencia, el espíritu que lo
convierte en lo que es. No es una cosa fácil o simple de hacer. Es meterse con
lo perpetuo, y eso es hecho solamente con la violencia de un absoluto respeto
por la verdad.
Sigue de esto que
no hay una técnica que pueda ser descubierta y aplicada para ser posible el
escribir. Si vas a una universidad en la que hay clases de escritura, esas
clases no deberían enseñarte a escribir, sino los límites y posibilidades de
las palabras y el respeto debido a ellas. Una cosa que está siempre con los
escritores –sin importar cuánto haya escrito ni cuan bueno es –es el proceso
continuo de aprender a escribir. Apenas el escritor “aprende a escribir”,
apenas sabe qué es lo que va a encontrar, y descubre una forma de decir lo que
siempre supo, o peor todavía, una manera de no decir nada, está terminado. Si
un escritor es algo bueno, lo que hace tendrá su fuente en un reino mucho más
amplio que aquel que puede contener su mente consciente, y siempre va a ser una
gran sorpresa para él, por lo que alguna vez podrá serlo para el lector.
No sé qué es peor
–tener un mal profesor o no tener profesor. En cualquier caso, creo que el
trabajo del profesor debería ser mayormente negativo. No puede poner el don
dentro tuyo, pero si lo encuentra, puede tratar de ayudarlo a no ir en la
dirección equivocada. Podemos aprender como
no escribir, pero es una disciplina que no solamente concierne el escribir
en sí mismo sino toda la vida intelectual. Una mente despejada de falsa
emoción, falso sentimiento y egocentrismo va a tener al menos el camino limpio.
Si no pensás barato, entonces al menos no habrá vulgaridad en tu escritura aunque no seas capaz de escribir
bien. El profesor puede tratar de eliminar lo que positivamente es malo, y ésta
debería ser la meta de todo el aprendizaje. Cualquier disciplina puede ayudar en tu escritura: lógica,
matemáticas, teología, y por supuesto cualquier dibujo. Cualquier cosa que te
ayude a ver, cualquier cosa que te ayude a mirar. El escritor no debería
avergonzarse de mirar atentamente. No hay nada que no requiera de su atención.
Estos días
escuchamos una buena cantidad de lamentos a cerca de que los escritores se han
ido a vivir a las universidades donde viven decorosamente en vez de salir
afuera y tomar información de primera mano sobre la vida. El hecho es que cualquiera que ha sobrevivido a su infancia tiene suficiente
información sobre la vida para que le alcance para el resto de sus días. Si
no podés hacer algo de una pequeña experiencia, probablemente no vas a poder
hacer mucho. El trabajo del escritor es
contemplar experiencias, no ser absorbido por ellas.
A todos lados donde
voy me preguntan si las universidades sofocan a los escritores. Mi opinión es
que no sofoca suficiente. Hay muchos best-sellers que podrían haber sido
frenados por un buen profesor. La idea de ser un escritor atrae a mucha gente
inútil, aquellos que están meramente cargados con sentimientos poéticos o
afectados con sensibilidad. Granville Hicks, en una reciente reseña de la
novela de James Jones, citó a Jones diciendo: -Estaba alojado en Hockham Field,
en Hawaiii cuando me topé con el trabajo de Thomas Wolfe, y su vida doméstica
me pareció tan parecida a la mía, sus sentimientos sobre sí mismo tan parecidos
a los míos, que me di cuenta que había sido un escritor toda mi vida sin
saberlo y sin haber escrito. El señor Hicks sigue diciendo que Wolfe hizo
bastantes estragos de éste tipo pero que Jones era un pésimo ejemplo.
Ahora, en cada
clase de escritura encontramos gente que no le importa nada el escribir, porque
piensan que ya son escritores por virtud de alguna experiencia que han tenido.
Es un hecho que, tanto por naturaleza o por entrenamiento, si ésta gente puede
aprender a escribir bastante mal, pueden hacer una buena cantidad de dinero, y
de alguna manera parece una vergüenza negarles ésta oportunidad; pero, si la
universidad es una escuela de comercio, aún tiene su responsabilidad con la
verdad, y creo que aquella gente debería ser sofocada a toda velocidad.
Presumiendo que la
gente que permanece tiene algún grado de talento, la cuestión es qué se puede
hacer por ellos en una clase de escritura. Creo
que el trabajo del profesor es mayormente negativo, que es un asunto de
decir “esto no funciona porque ...”. o “Esto sí funciona porque...”. el porqué
es muy importante. El profesor puede ayudarte a entender la
naturaleza de tu medio, y puede ayudarte en tu lectura. No creo en las clases
en las que los alumnos critican sus propios manuscritos. Éste tipo de crítica
está generalmente compuesta de la misma cantidad de ignorancia, adulaciones, y
rencor. Son ciegos guiando a ciegos, y puede ser peligroso. Un profesor que
quiere imponerte una manera de escribir puede ser peligroso también.
Afortunadamente, la mayoría de los profesores que conocí eran demasiado vagos
para hacer eso. De cualquier manera, tenés que estar atento a aquellos que
aparecen excesivamente enérgicos.
En los últimos
veinte años las universidades han estado favoreciendo la escritura creativa a
tal punto que te da la sensación de que un idiota con una gota de talento puede
salir de una clase de escritura capacitado para escribir una historia
competente. En realidad tanta gente puede ahora escribir una historia
competente que el cuento corto como medio está en peligro de morir de
competencia. Queremos competencia, pero la competencia en sí misma es nefasta.
Lo que se necesita es la visión que va con ella, y no lo conseguís en una clase
de escritura.
Para
compartir, traducción de Inés Arteta,
Buenos Aires, 2003.
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