viernes, 4 de septiembre de 2015

Mi presentación de Juego de Mujeres en las IV jornadas de la USAL; auditorio, 28 de agosto de 2015

Juego de mujeres
 mi presentación
Auditorio de la Universidad del Salvador, 28 de agosto de 2015

Juego de mujeres está compuesto por trece relatos que tienen como protagonistas a siete mujeres y, como eje, los conflictos de género. El libro está construido como un tejido de historias y voces que dialogan entre sí. Cada personaje es protagonista de dos cuentos salvo el último que funciona como punto culminante, a la vez que vuelve a poner en duda el interrogante que proponen sus antecesoras. La polifonía textual permite observar a las protagonistas desde distintos ángulos, como si ellas se encontraran en otros ojos o fueran percibidas por otros ojos, en un tiempo y espacio diferentes.
Estas siete mujeres conforman un repertorio de emociones y acciones a veces amables, en ocasiones brutales, por momentos desconcertantes y en más de una oportunidad, violentas. Ellas son mujeres fuertes que reaccionan. Como pueden, pero siempre reaccionan al entorno, a los hechos y a la frustración.

Me gustaría presentar Juego de mujeres desde el foco de la intertextualidad. El libro está construido como un tejido de historias que dialogan entre sí y también con historias ajenas. Cada cuento es una unidad independiente pero a la vez discute con los demás.
En el primer cuento, Paula es una chica osada de catorce años. Una Caperucita Roja que engulle a su lobo. En el segundo cuento que le corresponde a ella, tiene treinta y cuatro años y sigue siendo aquella mujer osada, pero ahora se topa con un lobo que se ha travestido y entonces, con un componente femenino, es capaz de devorarla a ella. El diálogo entre estos cuentos ilumina a Paula desde dos ángulos distintos, desde voces narradoras distintas que la muestran en situaciones autónomas que, además, se echan luz una a la otra.
Lucía, su hermana, es una luchadora aplastada por su propio mundito de relaciones. En sus dos cuentos la vemos en el mismo momento de su vida, cuando intenta sobreponerse a un divorcio y pérdida de la tenencia de sus hijas. En el primero se enfrenta al fiasco de fantasear con salir del pozo en el que ha caído, gracias a un romance con un vecino al que espía por la ventana. En el segundo, como una Madame Bovary de poca monta, aun no comprendió que no será el cortejo lo que la salvará de la angustia ni del vacío producido por la soledad. Es un muchacho con síndrome de Down el que le muestra que la ilusión es pura mentira, y le propone vivir el día a día como único camino posible.
A Luisa sus cuentos la iluminan desde puntas opuestas. En uno ella misma narra la historia de un hombre de apellido Roca, con quien comparte un trabajo social, con una muerta, Carlotita, que era su vecina. Allí Luisa se encuentra atraída por la secreta relación entre su vecina muerta y este hombre, como si ese misterio contuviese algo fundamental que se le escurre. El otro cuento es contado por un amante suyo, y, desde su propio foco de luz, Luisa lo sedujo y descartó como mero pasatiempo carente de misterio. Una Madame Bovary que sabe muy bien que la infidelidad es la más mediocre de las trasgresiones y que convierte al hombre, profesionalmente su superior, en víctima en vez de victimario de acoso sexual, porque él se enamoró. Los dos cuentos de Luisa dialogan entre sí, a la vez que lo hacen hacia fuera del libro, con la historia de Flaubert.
También lo hacen con uno de los cuentos sobre Carlotita, la vecina muerta, en los que el lector atento encontrará una posible respuesta al misterio que Luisa trataba de aprehender. En uno de ellos Carlotita es una mujer del sur del país que no comprende los códigos porteños y le cuesta insertarse. Se enamora de la voz de un muchacho que cuenta, en un fogón, cómo domó una yegua. Ese muchacho es el mismo Roca del primer cuento de Luisa, muchos años antes. Por más que es un cuento independiente, forma parte del tejido polifónico de los demás cuentos, echando una nueva luz que vuelve a modificar a los personajes y también a sus historias. En el segundo de sus cuentos se esclarece la violenta razón por la que Carlotita dejó el campo en el sur, o mejor dicho, por qué huyó. Esa razón dialoga también transversalmente con otros cuentos desde el conflicto de género o, más bien, desde el lugar en el que las mujeres nos colocamos frente a los hombres.
Ana es una joven maestra de catequesis en un instituto de lisiados y son los niños lisiados los que le alumbran el camino de la iniciación sexual. Unos diez años más tarde huye a Mar del Plata a procesar la idea de que morirá pronto y reencuentra a uno de esos niños lisiados hecho un hombre y vendedor de seguros. La ayuda a comprender que si hay algo que tiene que pensar es en lo que siente, ya que hay una inmensa limitación en lo que ella puede controlar y, además, nada es seguro.
Todos sabemos que en una vida humana suceden muchos sufrimientos y que ellos nos ayudan a conocernos y a tomar conciencia de nuestra limitación. La literatura, desde el poema de Gilgamesh, abunda en versiones sobre la cuestión más intrínseca al ser humano. El tejido intertextual sobre esta cuestión y las demás cuestiones que no preocupan, recorre la historia de la literatura entretejiendo versiones. A tal punto que, como creía Borges, pareciera que un solo autor ha redactado todos los libros del mundo, un solo omnisciente colectivo que renace generación tras generación, para recontar lo mismo, como si recordara lo que crearon sus predecesores.
Malena es hermana de Paula y de Lucía. Ellas provienen de la misma familia o nido de percepción del mundo. Es una chica frágil, a quién más hondo cala el drama familiar del que proceden. Según quién cuente una historia sobre Malena, cambiará el modo como esa fragilidad es interpretada, y también el modo como su fragilidad injuria al otro, como si en ella percibieran una fortaleza. Estas tres hermanas son Pereira de apellido y protagonistas de una novela aun inédita en las que cuento la historia de la ausencia del padre. Me fascina el hecho de que se conformó un mundito propio de personajes que hablan conmigo y hablan entre sí, procurando un atisbo de interpretación de lo que significa ser mujer en nuestro país y de qué modo el devenir de la historia interviene en nosotras. A partir de esa interpretación, abrir el diálogo con el lector, sin ofrecer respuestas sino plantear preguntas.
Por último, la Juanchi, una chica del campo mendocino, hija de una prostituta, que a los quince años viaja a Buenos Aires para conseguir un trabajo que le confiera una identidad y un destino diferente al de su madre, a quién considera una tonta. Ella termina viviendo en la villa 21/24, en Barracas, y cada paso que da, aunque no sea conciente de ello, es en pos de esa diferenciación. La Juanchi es hija de un gaucho místico que la abandonó para expiar un asesinato. Sólo los lectores que conozcan la obra de Antonio di Benedetto escucharán el dialogo con el gaucho expiatorio del cuento “Aballay”, hipertexto de “El fin”, de Borges, a su vez hipertexto del Martín Fierro. Di Benedetto responde a Borges con un gaucho culposo en vez de vengativo, uno en busca de la redención. Es un gaucho leído por Borges en vez de por Lugones, y, en mi lectura de aquella intertextualidad, acaso dice que nuestra identidad nacional podría haber sido distinta si otro hubiese sido nuestro héroe nacional en el momento de asentar nuestros cimientos como nación. En esa línea intertextual de héroes masculinos coloqué a la Juanchi, la hija de Aballay, una luchadora solitaria. Me sumo, atrevidamente, a aquel diálogo intertextual.

Y si usé tantas veces la palabra “diálogo” es porque así me gusta leer, … dialogando con los autores. Y así quisiera presentar a Juego de mujeres, como un modo de interrogar al Lector con mayúscula acerca de los temas que me inquietan. 
PD: la imagen es de AUGUSTO TEJADA

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