Juego de mujeres
mi presentación
Auditorio de la Universidad del Salvador,
28 de agosto de 2015
Juego
de mujeres está compuesto por trece relatos que tienen como protagonistas a
siete mujeres y, como eje, los conflictos de género. El libro está construido
como un tejido de historias y voces que dialogan entre sí. Cada personaje es
protagonista de dos cuentos salvo el último que funciona como punto culminante,
a la vez que vuelve a poner en duda el interrogante que proponen sus
antecesoras. La polifonía textual permite observar a las protagonistas desde
distintos ángulos, como si ellas se encontraran en otros ojos o fueran
percibidas por otros ojos, en un tiempo y espacio diferentes.
Estas
siete mujeres conforman un repertorio de emociones y acciones a veces amables,
en ocasiones brutales, por momentos desconcertantes y en más de una
oportunidad, violentas. Ellas son mujeres fuertes que reaccionan. Como pueden,
pero siempre reaccionan al entorno, a los hechos y a la frustración.
Me gustaría
presentar Juego de mujeres desde el foco de la intertextualidad. El
libro está construido como un tejido de historias que dialogan entre sí y
también con historias ajenas. Cada cuento es una unidad independiente pero a la
vez discute con los demás.
En el primer
cuento, Paula es una chica osada de catorce años. Una Caperucita Roja que engulle
a su lobo. En el segundo cuento que le corresponde a ella, tiene treinta y
cuatro años y sigue siendo aquella mujer osada, pero ahora se topa con un lobo
que se ha travestido y entonces, con un componente femenino, es capaz de
devorarla a ella. El diálogo entre estos cuentos ilumina a Paula desde dos
ángulos distintos, desde voces narradoras distintas que la muestran en
situaciones autónomas que, además, se echan luz una a la otra.
Lucía, su
hermana, es una luchadora aplastada por su propio mundito de relaciones. En sus
dos cuentos la vemos en el mismo momento de su vida, cuando intenta
sobreponerse a un divorcio y pérdida de la tenencia de sus hijas. En el primero
se enfrenta al fiasco de fantasear con salir del pozo en el que ha caído,
gracias a un romance con un vecino al que espía por la ventana. En el segundo,
como una Madame Bovary de poca monta, aun no comprendió que no será el cortejo
lo que la salvará de la angustia ni del vacío producido por la soledad. Es un
muchacho con síndrome de Down el que le muestra que la ilusión es pura mentira,
y le propone vivir el día a día como único camino posible.
A Luisa sus
cuentos la iluminan desde puntas opuestas. En uno ella misma narra la historia
de un hombre de apellido Roca, con quien comparte un trabajo social, con una
muerta, Carlotita, que era su vecina. Allí Luisa se encuentra atraída por la secreta
relación entre su vecina muerta y este hombre, como si ese misterio contuviese
algo fundamental que se le escurre. El otro cuento es contado por un amante
suyo, y, desde su propio foco de luz, Luisa lo sedujo y descartó como mero
pasatiempo carente de misterio. Una Madame Bovary que sabe muy bien que la
infidelidad es la más mediocre de las trasgresiones y que convierte al hombre,
profesionalmente su superior, en víctima en vez de victimario de acoso sexual,
porque él se enamoró. Los dos cuentos de Luisa dialogan entre sí, a la vez que
lo hacen hacia fuera del libro, con la historia de Flaubert.
También lo
hacen con uno de los cuentos sobre Carlotita, la vecina muerta, en los que el
lector atento encontrará una posible respuesta al misterio que Luisa trataba de
aprehender. En uno de ellos Carlotita es una mujer del sur del país que no
comprende los códigos porteños y le cuesta insertarse. Se enamora de la voz de
un muchacho que cuenta, en un fogón, cómo domó una yegua. Ese muchacho es el
mismo Roca del primer cuento de Luisa, muchos años antes. Por más que es un
cuento independiente, forma parte del tejido polifónico de los demás cuentos,
echando una nueva luz que vuelve a modificar a los personajes y también a sus
historias. En el segundo de sus cuentos se esclarece la violenta razón por la
que Carlotita dejó el campo en el sur, o mejor dicho, por qué huyó. Esa razón
dialoga también transversalmente con otros cuentos desde el conflicto de género
o, más bien, desde el lugar en el que las mujeres nos colocamos frente a los
hombres.
Ana es una
joven maestra de catequesis en un instituto de lisiados y son los niños
lisiados los que le alumbran el camino de la iniciación sexual. Unos diez años
más tarde huye a Mar del Plata a procesar la idea de que morirá pronto y
reencuentra a uno de esos niños lisiados hecho un hombre y vendedor de seguros.
La ayuda a comprender que si hay algo que tiene que pensar es en lo que siente,
ya que hay una inmensa limitación en lo que ella puede controlar y, además,
nada es seguro.
Todos sabemos
que en una vida humana suceden muchos sufrimientos y que ellos nos ayudan a
conocernos y a tomar conciencia de nuestra limitación. La literatura, desde el
poema de Gilgamesh, abunda en versiones sobre la cuestión más intrínseca al ser
humano. El tejido intertextual sobre esta cuestión y las demás cuestiones que
no preocupan, recorre la historia de la literatura entretejiendo versiones. A
tal punto que, como creía Borges, pareciera que un solo autor ha redactado
todos los libros del mundo, un solo omnisciente colectivo que renace generación
tras generación, para recontar lo mismo, como si recordara lo que crearon sus
predecesores.
Malena es
hermana de Paula y de Lucía. Ellas provienen de la misma familia o nido de
percepción del mundo. Es una chica frágil, a quién más hondo cala el drama
familiar del que proceden. Según quién cuente una historia sobre Malena,
cambiará el modo como esa fragilidad es interpretada, y también el modo como su
fragilidad injuria al otro, como si en ella percibieran una fortaleza. Estas
tres hermanas son Pereira de apellido y protagonistas de una novela aun inédita
en las que cuento la historia de la ausencia del padre. Me fascina el hecho de
que se conformó un mundito propio de personajes que hablan conmigo y hablan
entre sí, procurando un atisbo de interpretación de lo que significa ser mujer
en nuestro país y de qué modo el devenir de la historia interviene en nosotras.
A partir de esa interpretación, abrir el diálogo con el lector, sin ofrecer
respuestas sino plantear preguntas.
Por último, la
Juanchi, una chica del campo mendocino, hija de una prostituta, que a los
quince años viaja a Buenos Aires para conseguir un trabajo que le confiera una
identidad y un destino diferente al de su madre, a quién considera una tonta.
Ella termina viviendo en la villa 21/24, en Barracas, y cada paso que da,
aunque no sea conciente de ello, es en pos de esa diferenciación. La Juanchi es
hija de un gaucho místico que la abandonó para expiar un asesinato. Sólo los
lectores que conozcan la obra de Antonio di Benedetto escucharán el dialogo con
el gaucho expiatorio del cuento “Aballay”, hipertexto de “El fin”, de Borges, a
su vez hipertexto del Martín Fierro. Di
Benedetto responde a Borges con un gaucho culposo en vez de vengativo, uno en
busca de la redención. Es un gaucho leído por Borges en vez de por Lugones, y,
en mi lectura de aquella intertextualidad, acaso dice que
nuestra identidad nacional podría haber sido distinta si otro hubiese sido
nuestro héroe nacional en el momento de asentar nuestros cimientos como nación.
En esa línea intertextual de héroes
masculinos coloqué a la Juanchi, la hija de Aballay, una luchadora solitaria.
Me sumo, atrevidamente, a aquel diálogo intertextual.
Y si usé tantas
veces la palabra “diálogo” es porque así me gusta leer, … dialogando con los
autores. Y así quisiera presentar a Juego de mujeres, como un modo de
interrogar al Lector con mayúscula acerca de los temas que me inquietan.
PD: la imagen es de AUGUSTO TEJADA
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