jueves, 16 de diciembre de 2010

texto 8

TEXTO 8

En la terraza Lilít encendió un fuego que creció enseguida y recortó el cielo picoteado de pálidas y mustias estrellas. Después sirvió dos copas de un líquido color azul que tenía en una jarra de plata y se quitó el vestido. Lo colgó en una estalactita de la cueva y estiró la mano hacia Eva. Lilít tuvo que decirle a Eva, dame el tuyo, para que Eva entendiera que le pedía su túnica. Encogida, Eva se quitó la túnica y se la pasó a Lilít mientras se daba cuenta de que Lilít no había comido el fruto del bien y del mal, no había sido conciente de su desnudez. Es que Lilít había partido del Edén sin necesidad de que la expulsen.
Bebieron el líquido azul, que se parecía al vino pero también sabía a oliva, y comieron almendras y dátiles. Durante un rato largo ninguna de las dos dijo nada, nomás miraban el cielo moteado y sentían la brisa cálida en el cuerpo. Más tarde Lilít dijo que le aburría mucho el relato de Eva y sel hombre afuera del Edén. Se recostó sobre una roca y apoyó los pies sobre otra y propuso un brindis por la novedad. Porque, siguió, pasarán siglos y siglos amontonados sobre más siglos después del fin del matriarcado y las mujeres seguirían contando relatos semejantes. Aún las que harán de sus vidas, vidas superadas de la contienda de sexos. Es falso, dijo Lilít, que preferías ocuparte de las tareas del hombre. Si eso querías, por qué lo hiciste una sola vez. División del trabajo, se llama. Lo que pasa es que te embelesa la costilla de Adán de la que te formaron. Sabelo, el mundo estará repleto de víctimas conformes. El sometimiento le da al humano algo tan difícil como es la sensación de amparo, algo hipotético, sin embargo una confirmación, un esbozo de discernimiento respecto de su existir. Ya sabe entonces el humano de qué quejarse, cuando su verdadera queja es lo que aprendieron ustedes después de seguir el consejo de la serpiente: que morirán. Siglos amontonados sobre más siglos y habrá mujeres que leerán nuestra conversación y dirán que ésta es una conversación retrógrada porque no entiendan que hablo de otra cosa que de hombres y mujeres: Los humanos con la barriga llena, nos aferramos a cualquier cosa que empañe un poco la angustia. Cualquier cosa. Aún los que dedican sus vidas a los demás.
De repente Eva sintió la brisa más fresca y apacible, una caricia en las mejillas y en el cuello que se deslizó por sus hombros hacia los brazos y entonces cerró los ojos.
—Ahí viene, de nuevo—, dijo Lilít.
Eva abrió los ojos y no vio a nadie, pero las llamas del fuego habían crecido y tomaban la forma de un cometa. La brisa ahora recorría sus pechos y el estómago y al mismo tiempo descendía hacia sus piernas y las rozaba, apenas, como hechas por el dorso de una mano angulosa y serena. Eva no pudo impedir que sus piernas se separaran y que sus manos buscaran su pelo y con las yemas de los dedos frotara su propio cuero cabelludo. Y emitió un gemido leve.
— ¿No ves? —dijo Lilít— cada vez que el propio Señor Dios se pelea con la Shekiná, se viene para acá.
TEXTOS ENCONTRADOS EN EL UN CAJÓN DE LA MESA-ESCRITORIO QUE PERTENECIÓ A HIPÓLITO DÁMASO VIEYTES, vendido por su bisnieto en Posadas Remates, comprado por la decoradora Gigi Robirosa para el nuevo departamento de un senador cuyo hijo fumón, —a quién se los entregó el tapicero que los encontró cuando cambiaba el cuero de la mesa y me los vendió por Mercado Libre—, prefiere que su nombre permanezca anónimo.

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