lunes, 10 de mayo de 2010

Creación de la primera mujer y del primer hombre

En el tiempo primigenio el tiempo no existe, ni ninguna otra partición. Sólo una única luz indivisa. Todo el pasado, el presente y el futuro se encuentran latentes allí porque esa luz es el Pensamiento, la deidad, de la que brota la penumbra y de la penumbra la palabra y la naturaleza húmeda.
Yo, Hilcías el sumo sacerdote, he comunicado a Shafán el secretario, que he encontrado el Libro de la Ley en la Casa del Señor y el Libro, como me ha solicitado el rey Josías, validará las costumbres de nuestro pueblo, nuestro sistema de sentimiento y nuestros objetivos políticos. El Libro permitirá que leamos el misterio de la vida:

“El Señor Dios, el ser andrógino que salió de la nada y existe por sí mismo, habló y de ese modo dividió lo indivisible para que esté al alcance de nuestro entendimiento: Primero partió el cielo de la tierra. La tierra era un inmenso globo de soledad caótica bañada en resplandores y el espíritu de Dios aleteaba sobre la fosforescencia. De repente dijo Dios las palabras que exista la oscuridad y la oscuridad se separó de la luz. Luego hizo existir el agua que recubrió las grietas cóncavas del planeta y así surgió el mar y se separó de la tierra. En los días siguientes hizo las plantas y los árboles, los peces y las aves macho y hembra y los bendijo y les dijo que se reprodujeran. El sexto día hizo seres vivientes; vertebrados, invertebrados, bípedos, cuadrúpedos, herbívoros, carnívoros y todos macho y hembra para que se multipliquen. El Señor Dios vio que todo era bueno y dijo: haré unos seres que intenten buscarme con el raciocinio como si yo, el Pensamiento Primigenio, pudiese ser inferido con la razón. Señor Dios formó entonces un ser del polvo de la tierra y sopló en su nariz un aliento de vida. De ese modo el ser da comienzo a su historia: el Señor Dios lo puso en un huerto en Edén, un lugar adonde había toda clase de árboles hermosos para ver y colmados de frutos para comer. En el medio del huerto puso el árbol de la vida que llamó ginko biloba y también puso el árbol del conocimiento, el araucaria floresii, que les aportaría el don de conocer lo que conoce el Señor Dios. El Señor Dios le dijo que el huerto era suyo para que lo cultivase al mismo tiempo que le dio una prohibición: que comiera de todos los árboles del huerto pero no del árbol del conocimiento porque entonces moría irremediablemente.
Vivir – morir.
Después el Señor Dios notó que era bueno que el ser estuviese dividido en dos. Entonces lo hizo caer en un profundo sueño y mientras dormía le sacó un segundo ser de entre sus piernas. El ser que había sido creado primero, exclamó:
—Él y yo seremos dos y al mismo tiempo uno sólo.
El Señor Dios le preguntó:
—Cómo llamarás al nuevo ser.
—Lo llamaré hombre, contestó, y él me llamará mujer.
Entonces Dios les dijo:
—Crezcan y reprodúzcanse”.

Pero al rey Josías no le gustó el Libro que encontré en la Casa del Señor y me solicitó que encontrara otro. Encontré uno un poco más nuevo, en el que ambos seres son creados al mismo tiempo y son llamados Adán, el primer hombre, y Lilit, la primera mujer, la que se rebela al mandato de Adán de acostarse debajo de ella y se fuga del Edén.
Pero tampoco este Libro agradó el rey Josías. Por lo que encontré otro más, uno más nuevo aún y prosigue de este modo:
“El Señor Dios vio que todo lo que había hecho era bueno y lo bendijo. El séptimo día descansó. Por eso, luego consagrará ese día por ser el día en que reposó de su obra creadora.

El libro relata que la mujer y el hombre vivían sin percatarse del tiempo, de la soledad, del deseo, del daño, del sufrimiento, de la dicha, del amor. Hasta que un día la mujer oyó una voz que le dijo:
—Así que no pueden comer del árbol del conocimiento.
—Así es, le contestó la mujer a la voz. Y siguió: —Podemos comer de todos los árboles del huerto. Sólo tenemos prohibido uno de los árboles que están en el centro del huerto.
Entonces la voz le preguntó:
—Y por qué.
—Porque si comemos el fruto de ese árbol, moriremos irremediablemente.
—Y cuál árbol es.
—Este mismo, el araucaria floresii.
—Y qué es el conocimiento
La mujer miraba alrededor suyo para descubrir de dónde venía la voz. Por momentos le parecía que se asemejaba a la voz del hombre, pero en otros momentos le parecía que se asemejaba a su propia voz. Entonces vio a la serpiente: Enroscada en una rama del araucaria floresii, color marrón y verde, lustrosa, tersa, húmeda, la lengua vibraba afuera de la boca.
—No sé lo que es el conocimiento, dijo ella. —Sólo sé eso, que no sé lo que es. Y que este árbol contendría la posibilidad de saberlo.
—¿Cómo sabés que existe la posibilidad del conocimiento?
—Porque sé que es algo que no tengo.
—Si no tenés una cosa, pero sospechás su posibilidad, esa cosa existiría en alguna parte.
—Así es, dijo la mujer. —Y para alcanzar el conocimiento, se me ocurre que es preciso que experimente.
—Pienso del mismo modo, dijo la serpiente, —porque también soy mujer.
—Pero tengo miedo de morir, replicó la mujer.
—Y qué significa morir, dijo la serpiente.
—Tampoco lo sé. Sospecho que es lo contrario a estar vivo.
—Y qué significa estar vivo.
—Sólo lo sabré si paladeo el fruto del árbol del conocimiento.
—Y ustedes dirán que Dios no quería que ustedes comieran del fruto para que no se les abrieran los ojos y sean como Él. Dirán también que el hombre fue tentado por la mujer y durante mucho, mucho tiempo, ella será la responsable de ese acto y tal vez algún día comprenderán que el hombre, él sólo, no tenía la inquietud necesaria.

Entonces según el Libro, la mujer vio que el árbol del conocimiento era hermoso y sus frutos deseables y decidió desobedecer el mandato del Señor Dios, tomar de su fruto y comer. Sus ojos se abrieron y vio lo que antes no veía, las sombras de las cosas, y pensó que así debía de ser el conocimiento. Convidó al hombre para abrirle los ojos a él también. De golpe vieron el conocimiento en forma de adversos a partir de que el bien y el mal eran contrarios de una misma esencia. De un momento al otro, la mujer y el hombre hablaron sobre la luz y la oscuridad, la verdad y la impostura, lo lógico y lo ilógico, lo importante y lo insignificante, lo mucho y lo poco, lo justo y lo injusto, la materia y el espíritu, y no lograban ponerse de acuerdo. La mujer le hizo notar al hombre que tenían dos piernas, dos brazos, dos ojos, dos orejas, dos manos, dos pies y se desearon carnalmente. El conocimiento debe de ser en pares opuestos, dijo la mujer, que enseguida después de la certeza sintió duda, enseguida después de la duda sintió bronca, enseguida después de la bronca volvió a sentir deseo carnal por el hombre. Comenzó a hacer lo que no había hecho nunca, acariciar al hombre, el hombre cerró los ojos y las manos le colgaron a los costados del cuerpo. La mujer tomó las manos del hombre y las colocó allí donde quería que él la acariciara y espontáneamente hacían el amor por primera vez. —Antes no sabía lo que significa sentirse feliz, le dijo la mujer al hombre. —Pero ahora sé que por momentos puedo serlo.
—Yo prefería el estado anterior al conocimiento, dijo el hombre, —cuando no tenía necesidad de nada, ni siquiera de sentirme feliz.
—Ahora exploraré qué más puedo conocer, dijo la mujer, e inmediatamente advirtieron que había sucesos que ya habían pasado y permanecían en sus memorias, hablaron de lo que aún podía suceder, la mujer le preguntó al hombre cuánto tiempo duraría la sensación de felicidad y entonces sintió miedo.
La serpiente rió.
De repente oyeron los pasos del Señor Dios que se paseaba por el huerto, la mujer y el hombre sintieron vergüenza y se escondieron detrás del araucaria floresii. El Señor Dios los llamó:
—¿Dónde están?
La mujer respondió:
—Oí tus pasos y tuve vergüenza porque estaba desnuda.
El Señor Dios le preguntó:
—¿Quién te hizo saber que estabas desnuda? ¿Acaso comiste del árbol que te prohibí?
—Oí una voz que me animó. Y yo misma incité al hombre a hacer lo mismo.
El Señor Dios le dijo:
—Mujer: Emplazaré dolores en tus embarazos, parirás hijos con dolor, desearás al hombre y cuidarás de él, de su casa y de su cría durante siglos y siglos, hasta que no necesites de su fuerza.
Al hombre, por haber hecho caso a la mujer, le dirá que maldeciría la tierra por su culpa y con fatiga comería sus frutos hasta que retornaran a la tierra de la que los dos fueron formados, porque eran polvo y al polvo volverían.
El hombre y la mujer se cubrieron y se fueron del Huerto de Edén.
Entonces el Señor Dios,
¿caviló?
Pues ahora que la mujer y el hombre comenzaron a ser como Él, entonces sólo les faltaba echar mano al árbol de la vida, comer su fruto y vivir para siempre. Para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida es que puso a los querubines y la espada de fuego en la parte oriental del huerto de Edén.
La mujer y el hombre inventaron el fuego para abrigarse del frío y para ahuyentar a las bestias salvajes y comenzaron a reproducirse. Muchas veces extrañaban el Edén. Extrañaban la inocencia y la abundancia. Pero más que nada extrañaban al Señor Dios. Lo evocaban cuando lloraban, cuando temían, cuando el silencio envolvía un atardecer rojizo.
Pero si estaban ocupados, no albergaban a Dios en sus pensamientos.
Y además, ya el Señor Dios no estaba.

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